lunes, 30 de julio de 2007

Reloj, no marques las horas.


Quiero que se pare el tiempo. Tenga o no forma de pera. Quiero que las agujas del reloj que nunca llevo me den tregua por unas horas. O hasta que se cansen de estar quietas. Hasta que nos cansemos; nunca. En el preciso instante que yo elija –libre, libre, libre. No quiero guardarlo entre recuerdos, sólo quiero vivirlo. El momento justo en que quiero querer y quiero, en que no me avergüenzo de ser yo ni de ser como soy, en que el mundo no me queda ni grande ni pequeño. Por una vez. El vacío sucumbe a la emoción: es la emoción de ser libre. Y lo puede todo. ¿Quién no lo ha deseado nunca? Jugar a ser… dueña del minutero que me agobia, del reloj que me recuerda, incesante, el hecho de que el tren se irá sin esperarme y sin remordimiento. Dominar unos segundos inexistentes, detenidos. Hacer que la curva tienda al infinito, hasta que el mundo sea absurdamente mío. Sin girar, porque una ilusión, la mía, ha hecho que se detenga para mí. Para nosotros. Aunque para el resto siga su curso. Por favor, no marques las horas.

“Detén el tiempo en tus manos, haz esta noche perpetua. Para que nunca se vaya de mí, para que nunca amanezca.”

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