martes, 24 de julio de 2007

La vida. Cuando llega la locura.

Cansancio, hastío, impotencia, rabia. Perder la cabeza escuchando el bullicio de algo que bulle en algún lugar y sentir que quizá nada tenga sentido, incluso que puede que no lo haya tenido nunca. Sólo sabiéndote solo, presa del resentimiento y guiándote por un olvidado mapa al revés que llora haber perdido el Norte. Es entonces cuando la duda te asalta; inerme luchas por proseguir, pero en el empedrado se interpone un pie que te detiene nuevamente. Decides enfrentarte a la realidad: ahora, cegado por el desconcierto y tanteando a tu alrededor, buscas respuestas. Pero no palpas más que un gastado papel de “siga jugando” y la incertidumbre de un “¿por qué?” Y el negro se tiñe de blanco… Al tocar ya no hay nada: la posibilidad de aferrarse a un clavo interrogante también ha muerto. Sin embargo –o tal vez precisamente por eso- permaneces ahí, inmóvil, en ese recóndito rincón de ninguna parte donde hasta las sombras se desdibujan. Por un segundo en que las ideas se agolpan te crees capaz de dar con una razón; una basta. Pero no: no puede ser, y pronto caes, despertando con el pulso acelerado tras tropezar en tu ensueño. Con los ojos aún entreabiertos logras vislumbrar que en el vacío en que te encuentras descansan -inexplicablemente colgados- los recuerdos de un camino más o menos corto, menos o más cargado de sinsabores. ¿Balance de lo que fue, o del posible será? Probablemente de ambos; probablemente un simple desvarío; otro.

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