sábado, 22 de septiembre de 2007

Conjugando el verbo criticar.

Es curiosa la facilidad con que criticamos a los demás -entendiendo criticar en su sentido negativo. Esa habilidad que nos permite pronunciar sentencias acusadoras con toda ligereza y sin ningún tipo de remordimiento –o con: omnipresente reincidencia-, qué extendida está. Cómo se nota que frente al fuego de lo malo casi siempre hay un reguero de pólvora.

¿Y todo para qué? Para excusarnos en los errores ajenos y tratar así de excluirnos de la asociación inexistente con más miembros potenciales: la de los que se equivocan. La integran, por lo común, el mundo entero menos la persona que esté refiriéndose a ella en un momento dado, ya sea a causa de un desaforado y momentáneo desdén hacia la “creación” o bien por un inconformismo crónico al que su propia persona es inmune (¿?).

Porque ¿nosotros? Nosotros somos perfectos: ¡faltaba más! Son “ellos”, los otros, quienes cometen locuras y son culpables de todo lo malo que les suceda a ellos y al mentor de la asociación en el tiempo elegido. Por eso, nunca podrán privarnos del derecho a mirarlos como a seres caídos de otro planeta. ¡Nunca! El único inconveniente, eso sí, es que el ellos y el nosotros se confunden, ya que intercambian constantemente los papeles hasta tal punto que ambos conceptos quedan enterrados por el relativismo y pierden su sentido.
Pues a ver qué hacemos, porque esto es serio. Y por mucho que parezca que estoy perdiendo la cabeza, debo decir a mi favor que estoy dispuesta a encabezar –sin ella, por supuesto- una búsqueda sin descanso de nuestras cabezas, de las de ellos, y de las que no son ni de nosotros ni de ellos pero también se han ido y merecen ser recuperadas. Si volvemos sin ellas, tendremos que abrir nuestros horizontes para ser partícipes de una nueva hazaña, en la que grabaremos nuestro esfuerzo también, del mismo modo pero con peores intenciones. Encontraremos algo o alguien a quien culpar de nuestro fracaso, del de ellos y del de los otros. No veo otro remedio. Aunque, pensándolo bien, no será tan fácil como antes, cuando había nosotros, ellos y otros. Para una vez que estaríamos juntos… y, sin empezar, la cosa –qué palabra más rebuscada, debí sustraerla en algún pasillo de biblioteca- se nos-les (a ellos y a los otros) complica.

Muy probablemente, ficharemos a un culpable antes de que lo haya. Así igual nos ahorramos incluso el ajetreo de perseguir las cabezas y esas historias. Total, para lo que las necesitábamos, ¿no? Ya está: la culpa del posible hallazgo fallido se la echamos al gobierno, o a la sociedad, o a suertes, que por lo visto un otro se ha traído unos dados de su otro mundo. No, si está claro que ¡no nos moverán!

Sálvese quien pueda…

1 comentario:

John Michael dijo...

La culpa es de ellos, que han hecho que nosotros pensemos que son otros cuando son ellos, los que tienen la culpa... (que dolor de cabeza ausente ^^)